jueves, diciembre 27, 2007

Alguna vez...

¿Alguna vez les ha “fallado” el Viejito Pascuero? Y digo “fallado” entre comillas, porque no es que no esté conforme con el regalo, sino que esperaba otra cosa.

Otros años le envío mi cartita al Pascuero con harta anticipación, como hice con mi carta del año pasado, que la envié en Agosto. Pero este año, y considerando que mi hermanito cuando me hizo mi regalo de cumpleaños me dijo que éste sería regalo de cumple y de Navidad también, es que dilaté el envío de mi carta. Aún sabiendo que mi hermano igual me haría un regalo (nunca tan apretao, y eso es lo que menos tiene). Con tanto problema que tuve de conexión de Internet, se me fue pasando el tiempo y llegó el sábado 15 de diciembre, fecha en que mi tía y el Ivancito irían de shopping a ultimar sus compras navideñas. Entonces se me ocurrió enviarle a mi hermano un desesperado mensaje de texto, pues no lo había hecho antes y ésta era mi última oportunidad. Además, era más seguro que él viera un mensaje de texto que un correo. Y por lo demás cuando estuviera buscando el regalo lo tendría bastante a la mano, digo para no equivocarse.

Este año pedí un libro que me recomendó el simpático Kotto. Para que mi hermanito no se equivocara le envié el nombre y el autor. Pero pasé por alto un gran detalle. No le indiqué en qué librería lo podía encontrar (otras veces le doy las indicaciones exactas de lo que quiero). Pero esta vez no le dije. Se me fue. En la Antártica... la librería por cierto. Cuando se lo dije al gordi, ya era tarde pues ya había finalizado sus salidas compreriles.

Así llegó la Noche Buena y consigo las ansias de la niña que llevo dentro. Abrí los regalos esperando encontrar mi libro. Pero no llegó. Snif! El Pascuero me había fallado. Y no era primera vez que me fallaba. Una vez le pedí “El Señor de los Anillos” ilustrado... y me llegó una edición de bolsillo. La intención es la que vale me dije. No puedes ser tan exigente, pero con mi hermano si puedo serlo. Además, yo tampoco cumplí, porque él pidió un Notebook o un Equipo Sony Millenium y tampoco lo recibió.

Aún había esperanza. Sobre la mesa había dos bolsas de papel Kraft que Iván había dejado. Estaban adornadas con una humita de papel arrugado. Iván tomó una de las bolsas y se la entregó a mi tía... esperó... ella abrió el regalo... dentro de la bolsa había dos gatos de madera, parecidos al gato que tiene en Coquimbo, pero más pequeños. Uy! Pensé yo. Dos gatitos! Ya me veía acompañando a mi gatita con dos hermanitos de madera. Pero cuando me entregó deliberadamente la otra bolsa, la abrí y estaba vacía! ¡Vacía! No... vacía no... en el fondo había algo negro que saqué con una gran decepción. Era una chequera. Ya he tenido otras chequeras que él me ha regalado, así que no le di importancia al regalo, es más, le pregunté varias veces ¿y mis gatos? ¡Yo quería gatos también!

- Abre la chequera – me dijo

Entonces saqué el plástico que la protegía y miré dentro de ella. Había un cheque... eso sí que fue inesperado, había un cheque de cincuenta lucas! Chucha, con eso me alcanzaba para el libro y pa los gatos de madera! Y encima me sobraba plata.

Gracias mi gordi, le dije. Claro, lo que yo no sabía era que habían planeado con mi tía regalarme la llave para cambiarla en el lavaplatos de mi cocina. Entonces sabiendo Iván lo jodía que soy con mis cosas y mis gustos, mejor pensó en regalarme la plata para que yo la comprara a mi gusto. Pero esa no es una prioridad según yo. Y por otro lado prefiero gastarme la plata en otra cosa.

En realidad mi Viejito Pascuero no me falló. Nunca me falló. Hice memoria cuando llegué un día de octubre a casa de mi tía, llevando una idea en mi cabeza. Le dije al Iván que estaba viendo tele – Gordi, este año para la Navidad regálame plata ya? Había sacado cuentas, había tirado línea. Y considerando unos gastos y endeudamientos, llegué a la conclusión que me faltaría plata los primeros meses del año para cubrir mis deudas. Entonces pensé en que mejor me regalaran plata. Así Iván me regaló cincuenta lucas, mi mamá me regaló veinte y le dije a mi tía que ella, me regalara mercadería. Eso lo hace todo el año en realidad. Siempre me echa para mi casa cargada como ekeko llena de mercadería y de verduras.

La Navidad es de los niños, pero los grandes también la disfrutamos. Y es mentira eso que dicen que no importan los regalos. Si importan. Lo que quieren decir es que no importa el precio del regalo, sino el sentimiento y el corazón que ponen al regalarte. Y no lo digo porque sea interesada. Si hubiesen sido cinco lucas las que me regalaran las habría agradecido de igual forma. Entonces viene aquí un dicho que utilizo siempre, “lo que siembras es lo que cosechas” y a pesar de que yo a veces no puedo hacer grandes regalos. Sí hago regalos que hacen falta, regalos que vienen como anillo al dedo. Porque yo veo las necesidades de los demás. Por eso este año, a parte de los otros regalos que le hice a mi tía, le regalé un abanico. Porque la veía en el Metro sacando su cartoncito picante para echarse aire. Y ella dijo “el Viejito ¿me habrá traído un abanico?” y su viejito la escuchó, tal como el mío me escuchó a mi.

Dios me quiere. Siempre lo he dicho. Y me premia al tener una tía-madre y un hermano maravillosos. Tengo una familia maravillosa. Los quiero mucho. Gracias por ser míos. Sólo míos. Ese es mi mejor regalo... aunque el chocoso esté perfecto!

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Vocabulario:

Ekeko: Conocido como el "dios de la abundancia". Es un gracioso hombrecillo, rechoncho, pícaro y fumador, altamente venerado en Bolivia y en algunas regiones de Perú y Argentina. Aunque su imagen suele variar, es fácil encontrarlo cargado de cosas, ataviado de su multicolor vestuario tradicional boliviano, con todo y lluchu (una especie de capucha de hilo) y sombrero.

Chocoso = cheque

viernes, diciembre 21, 2007

El Árbol de Navidad

Esta es la quinta Navidad desde que tengo casa. Mi arbolito navideño es antiguo. De esos plásticos que en sus ramas llevan pequeñas ramitas simulando un ciprés. Tiene olor a plástico. Olor que asocio a la Navidad.

Lo armé en mi casa sólo una vez. Cuando llegué allá en el año 2003. Apenas tenía un juego de luces que me regaló mi mamá, y un juego de pelotitas rojas como el muérdago. No tenía adornos, así que compré unos chocolates con forma de viejo pascuero y los fui colgando estratégicamente en las ramas del árbol, así no se vería tan desnudo. Claro que a medida que pasaban los días me iba comiendo los chocolates. Ese año compré unas pelotas rojas y esa era toda su indumentaria. Se veía pobre, pero me hacía feliz.

Al año siguiente, no quise sacarlo de su caja. Estaba en período de vacas flacas, así es que no sentí que el espíritu navideño me impregnara.

El año pasado mis niños-gatos estaban chicos, y aunque sentí deseos de armarlo, no lo hice por temor a encontrar las pelotas repartidas por el piso y por miedo también a encontrar mi árbol desmayado de la impresión, al sentir las garras de mis niños trepándole por el cuerpo.

Pero este año sí sentí ganas de armarlo. Es más, me propuse comprar un árbol nuevo, como el de mi tía que parece pino natural. Mi tiíta me ofreció parte del financiamiento, así que partí pasado el 10 de diciembre a comprarme un arbolito.

Encontré en Falabella uno espectacular del que me enamoré. Pero en cuanto lo vi lo encontré demasiado grande para mi casita. El tonto medía dos metros y medio y las niñas que lo adornaban estaban encaramadas sobre una escalera. Uf! Descartado! No encontré ningún otro que le llegara a los talones (en belleza). Así que me fui a Ripley (Huérfanos). Pregunté por los árboles, pero en esa tienda eran tan desabridos que ni siquiera los tenían adornados. Los que vi, eran muy chicos. Yo quería uno grande, de un metro ochenta como mínimo. Así que partí a Almacenes París. Suponiendo que los árboles estarían en el piso 10, me subí en el ascensor y le pregunté a la muchacha ascensorista ¿en qué piso están los árboles de pascua? “en ninguno... están agotados” ¿Qué???? ¿Agotados??? Era 10 de diciembre y los árboles ya estaban agotados!!! Cómo es que no compran más árboles? o será que a todos se les ocurrió cambiarlo este año? Me fui a Johnson's. Me di puras vueltas buscando los famosos árboles. Encontré puros árboles en miniatura, así que abandoné la tienda desalentada... en eso pasé por Ripley (Agustinas) y entré a ver cómo me iba. Encontré unos preciosos, justo lo que buscaba, grande y guatón... fui a mirar el precio y me encuentro con un inmenso papel que decía “vendido”, miro el de al lado y... “vendido” uf! Ninguno de los que buscaba estaba disponible. Me di varias vueltas mirando y pensando, comparando, viendo los pocos que había disponibles y pensando si lo compraba o no. Hasta que llegué a la conclusión que si no encontraba lo que buscaba mejor no comprara. No es bueno llevarse lo que hay, sobre todo si no satisface mis necesidades. Por lo tanto, me di media vuelta y me fui para la casa pensando que mejor cambiaba mi árbol el próximo año, cuando no hubiesen aglomeraciones, cuando no estuviesen agotados y cuando hubiese mucho tiempo para comprar, es decir a mediados de noviembre. Así me fui contenta a mi casita, dispuesta a escarbar entre los cachureos y encontrar la caja que guardaba mi despreciado viejo árbol.

Y aquí lo tengo al pobrecito, el que yo quería tirar pa la calle pa que se lo llevara el basurero. Aquí está brindándome alegría con sus colores (eso sí, este es mudo. No me gustan los árboles que entonan melodías). Ahora apago todas las luces por la noche, escucho la música que me gusta y me tiendo en el sofá a mirar las luces encender y apagar. No hay nada más agradable que admirar el árbol de Navidad, con él vuelvo a ser niña y vuelvo a sentir que la Navidad me trae nostalgias y alegrías. Prueba de ello es este escrito que escribí cuando estaba en la casa de mi tía, es de la Navidad del 2002, hoy quiero compartirlo con ustedes.

El Árbol de Navidad

“Una vez más a hacer memoria ¿donde habremos guardado las cajas con los adornos? Me subo en una silla. Miro arriba del techo del closet del dormitorio de mi tía. Las cajas están sucias, embaladas, llenas de polvo, el que se impregna en mis manos y en mis dedos cuando las tomo suavemente, con cuidado para no dejarlas caer. Son tan livianas como plumas. Dentro está toda la emoción de la navidad. Algunas suenan como cascabeles y es porque son adornos muy antiguos que hemos ido recopilando con el tiempo.

¡Uy! un árbol nuevo... es precioso, parece un pino de verdad. Sólo le falta el olor a pino… y, ¿porqué no traer unas ramas de los pinos del jardín y colocarlas escondidas por ahí para simular el aroma del árbol de navidad?

Mi tía, va sacando lentamente los juegos de luces. Cuatro juegos distintos que son los primeros que ocupan las ramas del árbol. El primero, un juego de farolitos que ahora son fijos porque tienen tantos años que ya no son intermitentes. Ese juego de faroles venía en una caja que ya no existe, pero que me gustaba mucho mirar cuando era niña, el dibujo mostraba una góndola ambientada en las aguas de Venecia y en la punta de la góndola venía dibujado el farol, esa es la forma de aquellos faroles. El siguiente juego, son también luces fijas que vienen envueltas en una pelotita que simula la malla de hilos entretejidos de las pantallas antiguas de las lámparas, de distintos colores. No sé como definirlas... le siguen unas luces muy comunes que prenden y apagan al ritmo estridente de las melodías navideñas... y por último el juego comprado por Iván el año pasado, unas pelotitas como canicas que hacen unos juegos muy lindos porque se van encendiendo y apagando lentamente, no como el otro, que prenden todas las azules, luego las rojas, las amarillas y así sucesivamente. Este es distinto, porque se enciende poco a poco y se apaga poco a poco, como quien estuviera bajando o subiendo la intensidad de la iluminación.

De las cajas van saliendo diversas figuras, osos, viejitos pascueros, perros, campanas, corazones dorados, botas rojas por las que asoman cabecitas de ratones, cajas con forma de regalos en miniatura, pelotas de colores, largas guirnaldas doradas como collares y la infaltable estrella que es colocada finalmente en la punta.

Mi tía enciende las lucecillas y comienza la gran fiesta. El árbol cobra vida propia y lanza destellos que iluminan nuestros rostros y enternece nuestros corazones. Aquel árbol nos roba sonrisas de alegría, ¡que linda es la Navidad!

Hay un mar de cajas y bolsas, diseminadas por todo el living, y llama mi atención una caja verde, nadie la ha abierto, la tomo y suena como dije antes, como cascabel La abro y miro con emoción... mis ojos me transportan varios años atrás, cuando estaba mi papá en Navidad, estaba mi abuelita, mi abuelito, el tío Jorge, el tío Hugo... éramos tan chicos y esos adornos nos llenaban de alegría... ¡oh! el autito verde con esas grandes ruedas negras, la corneta por la que fuimos torturados toda una tarde. La tomo y soplo, todavía suena la muy condenada... con todo lo que nos hizo sufrir. Mi tía pensaba que tenía dos y nos hizo buscar por toda la casa esa segunda corneta inexistente, nos pegó a los tres por desordenados, cuando éramos inocentes de toda culpa... ¡Uy! el perrito verde, tiene una patita mordida, tiene un hoyo en esa patita de plástico (es que a mi me gustaba morderle la pata porque tenía un olor tan rico) ... ahí viene lo que tanto sonaba, un pato rosado que adentro debe tener algo porque se mueve y suena, su objetivo era flotar en el océano de la tina del baño. Moverse y sonar al compás de las aguas.

Esos juguetes adornaban nuestro árbol hace más de veinticinco años. La situación no era como ahora, que podemos darnos el lujo de comprar adornos nuevos... esos juguetes junto con unas guirnaldas, que hacía mi tía, con papel de los envoltorios de los dulces, colmaban nuestros corazones. El tío Jorge traía unos adornos llamados Kunfú o algo así, que colgábamos en los brazos de ese feo árbol, cuyas extremidades parecían los brazos del Robot de Perdidos en el Espacio. Pero a nosotros no nos importaba, nos emocionaba igual.

Pero estos adornos ya no los podemos colocar porque desentonarían con los otros. Los devuelvo a su caja nuevamente, la cierro y vuelvo a guardar esas imágenes en mi corazón, esos recuerdos tristes y dulces porque hay muchos familiares que ya no están, que ya no pueden disfrutar de nuestras navidades, pero que no se han olvidado y aún siguen viviendo con nosotros.

El árbol de Navidad es el árbol más bello que existe. Trae muchos recuerdos y provoca grandes emociones a niños y adultos. Y no hay persona en el mundo, que se quede indiferente cuando lo ve…”



¡¡¡Feliz Navidad para todos!!!

martes, diciembre 18, 2007

Avellaneda

Avellaneda es un apellido poco común. Pocas veces ha sonado en mis oídos, y por lo mismo, cuando lo escucho viene a mi memoria el nombre de Laura Avellaneda.

Me aprontaba a viajar a Montevideo. Iba a reunirme con mi pololo, y seguramente, compartiría con mis suegros, como hacía cada vez que viajaba.

No sabía mucho de Uruguay. Así que investigué para estar preparada, para tener algún tema para compartir con los suegros y la familia de mi ex.

Mi mamá me contó del Ceibo. Ella dijo que era su árbol y flor nacional. No fue Gonzalo – que así se llama mi ex – quien me lo enseñó.

Entonces, le pregunté a Iván - ¿Gordi? ¿Conoces algún escritor Uruguayo? “si poh! – me dijo él - Mario Benedetti” ¿y tienes algo de él? (Iván tiene una biblioteca con más de 500 volúmenes. Los que algún día pretendo leer). Se acercó a su biblioteca... buscó con la vista y con su dedo... sacó un ejemplar – “Toma... léete La Tregua”.

Cuando llegué a Montevideo. Gonzalo me prestó un libro con la poesía de Benedetti. Ese lo leí primero, puesto que tenía que devolverlo antes de volverme a Chile.

Pero la poesía de Benedetti me pareció triste y nostálgica.

Cada mañana, mientras Gonzalo trabajaba en su medio turno. Yo paseaba sola por la Rambla, acompañada tan sólo del libro que me prestó Iván. Caminando por la costanera, buscaba un banquito y me sentaba, primero a mirar el paisaje, la playa y el Río de la Plata, luego a leer a Benedetti. Ahí conocí a Laura Avellaneda. Una muchacha que se iniciaba en el mundo laboral, que ingresaba a trabajar a una oficina, en el área contable. Ahí conoce a su jefe, Martín Santomé. Un hombre mayor, casi veinticinco años, próximo a jubilar. Él escribe en un diario de vida, lleva la cuenta de los días que faltan para llegar al anhelado descanso. Así comienza un romance con Avellaneda – que así la llama él.

Yo leí y paseé por esas calles de las que hablaba Benedetti. Así disfruté de sus calles, de su rambla, de sus edificios viejos, y sentí, aquel romance de los protagonistas.

“La Tregua” es un libro triste, como los versos de Benedetti. Y leyendo casi el desenlace de la historia, abordé el avión de regreso a mi país. Sintiendo una gran pena, por lo que significaba despedirme de mi amado. Verlo ahí parado en el mirador despidiendo con su mano el avión que yo abordara. Las lágrimas empañaron mis ojos. El nudo se apretó en mi garganta. El avión fue ganando altura y yo ya no pude ver nada.

Me bebí una cerveza, e intenté tomar el libro que llevaba en mi regazo... pero Santomé sufría la pérdida y yo sufría con él. No pude leer el final. La tristeza me devolvió a mi casa, y sólo retomé el libro varios días después.

Iván es una enciclopedia andante. No es que todo lo sepa, pero sabe muchas cosas. Y conversando con él, uno de estos fines de semana, allá en Coquimbo, le conté de mi deseo de escribir este post y lo que significaba para mi Avellaneda. Entonces me reveló una información desconocida. La Tregua, de Oscar Andrade, estaba inspirada, en “La Tregua” de Benedetti.

Donde está, el mundo que, dijimos nunca iba a acabar
Donde está, el mundo que, vivimos sin medir, lo que era nuestra edad,
Tu juventud me hizo soñar y en mis canas brilló el sol,
Tu libertad vació en mi, todo lo que un hombre, quisiera sentir,
Y hoy en cambio me impide resistir, un amor contigo

Gracias, por la tregua, que le diste a mi existir,
Gracias, por la forma de hacerme comprender,
Gracias, por la tregua, que le diste a mi existir,
Gracias, por la forma, de hacerme ver que yo también, sé de amor.

El tiempo va, sin regresar, llevándose los hechos,
dejando atrás mi realidad y haciendo del presente, mil recuerdos,
que se crearon del futuro que acabó, en el ayer.

Gracias, por tu cuerpo, gracias por amarme así,
Gracias, por tu vida que no viviré,
Gracias, por la tregua, que le diste a mi existir
Gracias, por la forma de hacerme comprender
Gracias por la Tregua....

Hoy, he vuelto a leer “La Tregua”. A lo mejor esta vez, ya no sienta la tristeza que viví la primera vez que lo tuve entre mis manos. Ya no existe el novio... ya no existe el nexo... ya no existe la pérdida. Quizás ahora, lo sienta diferente...

jueves, diciembre 13, 2007

Mi nueva oficina

Esta nueva oficina es grande y espaciosa. O será que tenía tan pocos muebles que han quedado nadando dentro de ella. La comparto con una colega. Aún así, es grande. El ventanal es lo más hermoso que tiene. Como es una casa antigua su ventana es igualmente antigua. De esas que son puertas-ventanas. Tiene un pequeño balcón, donde apenas se apoya una para mirar hacia fuera. No es como la ventana linda que tenía antes. Esa ventana indiscreta que me contaba cosas y secretos. Esta es calladita, silenciosa, medio tímida quizá, recatada, señorita. No tiene mucho que contar, pero al menos me muestra como está el tiempo allá afuera. Me trae los susurros del viento. Y me muestra las diversas tonalidades, que el sol refleja, en los pocos árboles que hay. Por la tarde cerramos la persiana que viene a ser como una puerta pequeña que cubre los vidrios del ventanal, porque el sol pega fuerte y me ilumina la espalda. Ya hemos tomado el tiempo que tarda en aparecer la sombra que produce el edificio del frente. A las cinco en punto ya podemos abrir la persiana pues el sol se ha ido. En ese momento abrimos la ventana y la puerta para que se produzca la corriente refrescante de la tarde.

Me he acostumbrado a estar acompañada. Mi compañera es simpática y alegre. Me hace reír, nos reímos bastante. Es agradable estar con ella. Pero confieso que prefiero mi soledad. Ya me he vuelto una ermitaña, que disfruta tanto el hecho de estar sola.

Desde ayer ya tengo conexión de Internet. Ahora estoy de vuelta en el ciberespacio. Ya soy alguien de nuevo.

Y aquí estoy, transmitiendo sensaciones.

A todos les doy las gracias por acompañarme aún cuando yo no podía visitarlos. Se agradece el cariño. De a poco me pondré al día con todos. Quería contarles como estaba. Ahora voy donde ustedes...

martes, diciembre 11, 2007

Hoy me encontré con el vecino

Lo vi cuando salía de su casa con su auto. Pasé sin mirarlo. Caminé una cuadra y él se acercó "Hola... ¿te llevo?", no gracias, camino... "sube, yo te llevo". Subí. "Hace tiempo que no te veía" ¡Qué hipócritas somos! (yo si te vi... varias veces. Cuando saliste de tu casa esa mañana de llovizna, y yo, iba completamente mojada con la fina y tupida llovizna. Saliste en dirección contraria. Reconozco que no te miré. Cuando estás en tu casa no te miro. Un mero formalismo para no ocasionar problemas, ¿Qué sentiría tu mujer si ve que una mujer guapa te mira y te saluda sonriente? A mi no me gustaría sentirlo, por lo tanto, si estás cerca de tu casa, prefiero no mirarte. Ojos que no ven corazón que no siente. Y te vi también desde la fila del Pullman, cuando mirabas hacia la fila, talvez buscándome... y yo, te vigilaba... porque he memorizado los dígitos de la placa de tu patente. Y también sé que me viste un día que pasaste por mi lado y no me llevaste. Haciéndote el leso, lo hiciste a propósito, porque no querías llevarme, en venganza por mi indiferencia... yo vi tu auto pasar y sonreí para adentro, ¿porqué hoy si?), pero la hipocresía ganó y sólo sonreí.

Conversamos cosas triviales. Tampoco tenía deseos de conversar contigo. Sí tenía ganas de decirte todo lo que pensaba con respecto a los encuentros frustrados. Y decirte la razón de porqué yo me comporto así cuando te veo en tu casa. Pero no hubo tiempo y no quise ahondar más en detalles.

Se justificó diciendo que no nos encontrábamos porque él salía más tarde. Esta vez no me pidió el celular como otras veces. Llegamos donde debía bajar - Gracias- le dije, "ya corazón... que te vaya bien" ¿corazón?

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Sigo sin internet. Llegará de un momento a otro (eso espero).

jueves, diciembre 06, 2007

En un ciber...

Ya llevo varios días sin Internet en mi oficina. El trabajo es poco, y el día se me hace eterno. Estoy lejos de mis amigos, de mi blog, de mis contactos. Los extraño mucho. Ya quiero tener Interneeeeeet!!!!

Parece que la cosa da para una semana más. Ojalá que no. Sueño que no sea así. Si es así... no queda otra, habrá que esperar.

El Ciber tiene una pantalla gigante, lo que se llama gigante, parece un televisor de 21 pulgadas. No me gusta porque el que está detrás debe leer todo lo que escribo sin necesidad de fijar la mirada... Me siento observada. El que está al lado se hace el leso y de repente mira mi pantalla, y si él está jugando ajedrez, jugando ajedrez, quién dijera que viene gente acá a jugar ajedrez. Lo que es el ocio. Yo vengo a revisar el correo. Vengo a acompañar a mi colega... pero otros vienen a puro pasar el rato. Jajaja... el que está al lado del que está a mi lado, también está jugando ajedrez y su pantalla se rie siniestramente, capaz que el compu le haya ganado una pieza importante, la reina talvez. A mi me gusta el ajedrez, hace años que no lo juego. Y eso me recuerda cuando Iván y Héctor jugaban. Cualquiera de los dos que fuera perdiendo o ganando, le sacaba pica al otro, y el perdedor tomaba el tablero y lo daba vuelta de rabia... hasta ahí llegaban las jugadas. Yo no me acuerdo si ganaba poco o harto, sí me acuerdo que pensaba las jugadas. El ajedrez es un juego para pensar. Todos deberían aprender a jugarlo puesto que hace razonar y pensar las jugadas que hará el otro.

Bueno. Ya llevo 20 minutos en esta cosa. Ya revisé mi correo. No habían muchos esta vez. Debe ser porque lo limpié ayer (la casilla) y hoy había poco.

A todos: En cuanto pueda me pondré al día con todos sus post.

Este mensaje se autodestruirá una vez que tenga internet en mi oficina. Lo escribí para hacer hora en el ciber y acompañar a mi amiga (lo que hace el ocio). Ahora me quiero ir.

Chau!