“Si un día sientes que algo atormenta tu espíritu, o sientes que una pena te recoge el corazón. O te sientes acongojada y agobiada, y no sabes cómo alejar esos pensamientos nefastos de tu cabeza... ¡lee! Leer te ayudará”.
El otro día, viendo televisión, vi un comercial que llamó mi atención. El comercial terminaba con una frase para el bronce. Decía así: “Un padre que lee, es un hijo que lee”. La imagen mostraba un adulto leyendo en la cama, a su lado, un niño leía.
Yo creo que es así como se plantea. Mi papá leía mucho, e invertía dinero en libros. Mi tía, también lee y cuando entregaban en el colegio la lista de textos que debíamos leer en el transcurso del año, mi tía siempre compraba los libros. No le gustaba que tuviéramos que rogar por ahí para conseguirlos. Ella los compraba para nosotros (y nuevos, nunca usados).
Los hijos de mi hermano Héctor. También son buenos lectores. Eso, pues tienen el ejemplo que imitar de su padre.
Cuando Diego, mi sobrino, era chiquito, de unos cuatro o cinco años, hacía lo mismo que mi hermano. Los niños a esa edad siguen el patrón de los padres, y quieren hacer todo lo que hace su modelo. Héctor se sentaba en el living a leer revistas y él hacía lo mismo. No importaba si no sabía leer, él hacía como que leía, o miraba los dibujos. En más de alguna ocasión, lo pillaron viendo una revista al revés.
Claudia, mi sobrina, también es buena lectora. Cuando tenía 8 años, ya leía como un adulto. Una vez estábamos en el living de la casa, viendo una película subtitulada, cuando observé que Claudia, estaba concentrada en la cinta. Los párrafos los pasaban demasiado rápido, así es que le pregunté a mi sobrina si alcanzaba a leer. –Si tía, me dijo. Yo, incrédula le dije: ¿a ver? Y ella empezó a leer en voz alta. Me sorprendió su velocidad. Hasta podría decir que leía más rápido que yo. Quedé impactada con su habilidad, puesto que no sólo leía diferente a los demás niños de su edad, que casi juntan las letras para leer, sino que leía de corrido y con “entonación”. Su pronunciación era perfecta y las pausas magistralmente aplicadas. Inconscientemente la comparé con mi sobrino Yerko que es de su misma edad. Pero Yerko, no sería capaz de leer así de corrido y encima entender lo que leyó. Su madre, mi prima, no lee, por consiguiente, mi sobrino tampoco. Pero Claudia lo hacía de una forma maravillosa, que daba gusto escuchar. Actualmente ella es elegida para leer en los actos del colegio, bueno, tiene a quien salir, puesto que a veces, a Héctor le tocaba leer los domingos en la misa.
Leer para mi, es uno de los grandes placeres de la vida. Estoy segura que muchos compartirán mi sentir.
Me gusta regalar libros y que me los regalen. Un tío materno nos regaló libros desde que éramos chicos. Quizá por eso también, a mi me gusta regalarlos. He regalado a “Harry Potter”, “Caballo de Troya I”, “Cuentos de Eva Luna”, “El Médico”, “Coplas a Violeta Parra”, “Historia de una Gaviota, y del Gato que le enseñó a volar”. A mí me han regalado muchos libros, pero de entre los más importantes que recuerdo están: “El Señor de los Anillos” (regalo de Iván) y “Como Agua para Chocolate” (regalo de Héctor). Ambos me han regalado más libros, pero no los recuerdo en este momento. Yo también me he regalado muchos libros, el último “Y Dios vuelve en una Harley” (que sacó ronchas por lo demás, porque me retaron, por gastarme la plata que me regaló mi hermano para Navidad, en un libro, siendo que mi situación económica y laboral, está en quiebra, pero gustos son gustos, y si no nos los damos, viene la depresión jejeje).
Con un libro soy feliz. Es más, cuando pienso en mi vejez, me veo sola en mi casa, con mis gatos y disfrutando de la primavera bajo el alero de mi terraza, deleitándome con los libros que me presta mi hermanito. Nada más necesito para ser feliz. Con poco soy feliz en realidad. Es fácil hacerme feliz, aunque parezca que soy inconformista por lo exigente que soy.
Cuando me siento triste, o sola, tomo un libro y me pongo a leer. Cuando quiero sacar situaciones de mi cabeza, cosas que me inquietan, abro el libro... y leo. En realidad que con un libro al lado, no se siente la soledad. Es como un amigo fiel y sincero, que no te miente ni te engaña, sino que te muestra los caminos de la verdad, del conocimiento, de la sabiduría. Es delicioso sumergirse en las páginas, y flotar por ellas, al ritmo de las letras. Es maravilloso perseguirlas con la vista de manera incansable, y con la ansiedad que se siente, cuando quieres llegar al final del camino y ver cómo terminan los hechos. Pasear por esas hojas, es llenarse de dicha, es caminar por un jardín lleno de flores, es recorrer un sendero de mil colores... es llenarse, e impregnarse de fragancias de jazmines y rosales. Caminar por los renglones es saltar de alegría y henchirse el corazón de sentimientos, de emociones… y de vida. Eso es para mi leer.
El libro es tu amigo. Lo menos que puedes hacer por este amigo parlanchín, es tratarlo con amabilidad, con dulzura, es cuidarlo y respetarlo, para que sus hojas no se ajen y permitan a muchos más lectores ser partícipes de sus historias. No dobles los libros, ni los abras demasiado. Cuídalos como un tesoro, como debe cuidarse la cultura.
Ahora estoy leyendo “La Máscara” de Diana Norman. Es un libro excelente, ambientado en Londres en el año 1600, cuando la peste, diezma la población implacablemente. Es un libro catalogado por mi hermanito (quien me lo recomendó), como “excelentísimo”, y hasta lo que he leído, creo que va por ahí.
Me gusta cuando mi hermano me presta libros y se pone impaciente porque empiece a leerlos... y me llama a mi celular para decirme: “¿Chanchita, ya empezaste?” y al otro día, me vuelve a llamar, diciéndome: “¿en qué parte vai?” Jajaja, yo me río, es que es tanta su ansia de empezar a comentarlo conmigo, que me presiona para que lea. Hasta que lo hago, y entonces soy yo quien lo llama a cada rato, para decirle donde voy y de las cosas que me voy enterando, y así juntos, comentamos y opinamos, eso es lo rico de leer con mi hermano, que ambos intercambiamos opiniones, así, yo me enriquezco de su cultura y seguramente, algún aporte haré yo también, aunque no me considero una mujer culta. No es sólo cuestión de leer y guardarse las cosas para si, sino que también compartimos nuestros pensamientos. Entonces, hasta aquí no más llego... ¡voy a terminar el libro!