Yo tenía...
uno se me fue a la nieve,
no me quedan más que nueve..
de los nueve que me quedaron,
de los nueve que me quedaron
uno se cayó al Mapocho,
no me quedan más que ocho”...
Y mi jefe me enseñó y me guió igual que un padre, y su lado humano me enseñó muchas cosas... siempre me habló del perdón, de los rencores que a nada conducían y me aconsejaba en las cosas que hacía. Entonces, fue naciendo un gran cariño hacia él y una gran admiración también, porqué no decirlo. Pero llegó el día en que le conté que me habían ofrecido un trabajo mejor remunerado. Y él, no dudó en decirme que debía irme por mejoras laborales. Y me instó a irme... y yo, la ambiciosa, me fui a probar nuevos rumbos, cual gaviota que emprende el vuelo, sabedora que los conocimientos adquiridos no la iban a dejar caer. Y volé alto, muy alto... y gané dinero. Y compré muchos Cds, y compré un computador cuando aún no existían en las grandes tiendas, y compré un reproductor de CD cuando recién llegaban a Chile, y compré una lavadora automática para no tener que lavar la ropa los sábados y perder todo el día, echando y sacando de la lavadora y luego enjuagando en la tina, donde terminaba con la espalda doblada de tanto estrujar sábanas y toallas, para luego pasarlas por una centrífuga que les quitaría el exceso de agua. Y puse internet en mi casa, cuando sólo tenían las empresas, las tiendas y las universidades... y yo, compraba por la red, y conocía el mundo a través de la pantalla... y arreglamos la casa de mi tía, construyendo un segundo piso, arreglando los baños y alhajándolos completos con cerámicas y vanitorios nuevos... y pusimos luz en el pasillo donde no había, e hice grandes inversiones... hasta compré mi casa con aquel sueldo sustancioso... pero... las vacas gordas no podían durar una eternidad... y llegaron las vacas flacas... perdí el trabajo en el que estuve 11 años... perdí el gran sueldo que me permitía darme gustos, pero no disfrutar... porque me faltaba tiempo, trabajaba en turnos: mañanas, tardes, noches, sábados, domingos, festivos y nada podía detener el trabajo que se hacía. Entonces, estuve en casa unos meses, no sé si disfrutando la cesantía, pero sí descansando, desintoxicando mi espíritu para el nuevo trabajo. Pero la edad era un impedimento para volver a ser Secretaria. Los jefes querían señoritas jóvenes y lindas pero con experiencia... y mi búsqueda fue afanosa e improductiva... hasta que llamé a mi antiguo jefe... y como una mano invisible me la tendió en el preciso momento que su secretaria se iba a otra área, dejando vacante el puesto... y yo volví a él. Pero ya no era la misma, puesto que ya venía mañosa, con más conocimientos, con más mundo. Y tuvo que llegar el momento en que él se fuera y dejó su puesto, ahí... solitario... y nadie se hizo cargo de él. Y yo quedé a la deriva, y me sentí sola y desprotegida... sin guía y sin oriente. Y tuve miedo... miedo de no ser capaz de seguir sola.
Y la secretaria pasó a ser jefa de ella misma y pasó a desempeñar el trabajo que hacía el jefe y el de ella. Y vino un jefe que se hizo cargo del puesto (pero sólo para efectos de firma) y yo llevaba las cosas listas para que él firmara. El tipo no me molestaba para nada, me dejaba hacer tranquila, a veces conversábamos y tuvimos una buena relación. A pesar de que una vez me hizo una rotería, de la que después se retractó... y yo a mi vez también le paré el carro una vez y luego le pedí disculpas por haberme excedido. Pero él renunció y de nuevo quedé a la deriva, sin cabeza.
Y vino el segundo jefe, un hincha pelotas, miedoso, que nada quería firmar y todo preguntaba. Pero aún así, yo le explicaba las cosas como eran y a pesar de todo tampoco me mosqueaba tanto. Yo iba a su oficina cuando tenía algo que llevarle y él pocas veces aparecía por mi oficina. Pero... tampoco era el definitivo... y me volvieron a cambiar el jefe.
Y llegó el tercero. Si el segundo era hincha pelotas... éste le ganó. Y a pesar de que de repente voy a su oficina, éste pasa interrumpiéndome, con la consiguiente molestia de no poder abrir el MSN pues se coloca a mi lado y le echa el ojo a la pantalla, talvez inconscientemente (aún no me siento perseguida), pero me pide una y otra cosa. No me deja respirar y me deja poco tiempo para la entretención. Y ya he dicho muchas veces que el trabajo y la entretención deben complementarse. Por lo tanto, debe haber tiempo para todo, sin perjuicio de hacer el trabajo y hacerlo bien. Porque de lo contrario, el trabajo se vuelve un fastidio y una obligación desagradable.
Y así la voy llevando... tengo la esperanza de que luego se le pase, porque todas las escobas nuevas barren bien. Y confío en que más temprano que tarde, se deje de visitar mi oficina y me deje hacer tranquila. Porque dicho sea de paso, ninguno de los tres que han seguido al Gran Jefe, ha sido capaz de hacer lo que hacía el antiguo. Es decir, ellos sólo estampan su firma y nada más. Y yo me llevo el trabajo pesado... por el mismo sueldo miserable.
uno se fue en un cohete,
no me quedan más que siete"...