Alguna vez...
Otros años le envío mi cartita al Pascuero con harta anticipación, como hice con mi carta del año pasado, que la envié en Agosto. Pero este año, y considerando que mi hermanito cuando me hizo mi regalo de cumpleaños me dijo que éste sería regalo de cumple y de Navidad también, es que dilaté el envío de mi carta. Aún sabiendo que mi hermano igual me haría un regalo (nunca tan apretao, y eso es lo que menos tiene). Con tanto problema que tuve de conexión de Internet, se me fue pasando el tiempo y llegó el sábado 15 de diciembre, fecha en que mi tía y el Ivancito irían de shopping a ultimar sus compras navideñas. Entonces se me ocurrió enviarle a mi hermano un desesperado mensaje de texto, pues no lo había hecho antes y ésta era mi última oportunidad. Además, era más seguro que él viera un mensaje de texto que un correo. Y por lo demás cuando estuviera buscando el regalo lo tendría bastante a la mano, digo para no equivocarse.
Este año pedí un libro que me recomendó el simpático Kotto. Para que mi hermanito no se equivocara le envié el nombre y el autor. Pero pasé por alto un gran detalle. No le indiqué en qué librería lo podía encontrar (otras veces le doy las indicaciones exactas de lo que quiero). Pero esta vez no le dije. Se me fue. En la Antártica... la librería por cierto. Cuando se lo dije al gordi, ya era tarde pues ya había finalizado sus salidas compreriles.
Así llegó la Noche Buena y consigo las ansias de la niña que llevo dentro. Abrí los regalos esperando encontrar mi libro. Pero no llegó. Snif! El Pascuero me había fallado. Y no era primera vez que me fallaba. Una vez le pedí “El Señor de los Anillos” ilustrado... y me llegó una edición de bolsillo. La intención es la que vale me dije. No puedes ser tan exigente, pero con mi hermano si puedo serlo. Además, yo tampoco cumplí, porque él pidió un Notebook o un Equipo Sony Millenium y tampoco lo recibió.
- Abre la chequera – me dijo
Entonces saqué el plástico que la protegía y miré dentro de ella. Había un cheque... eso sí que fue inesperado, había un cheque de cincuenta lucas! Chucha, con eso me alcanzaba para el libro y pa los gatos de madera! Y encima me sobraba plata.
Gracias mi gordi, le dije. Claro, lo que yo no sabía era que habían planeado con mi tía regalarme la llave para cambiarla en el lavaplatos de mi cocina. Entonces sabiendo Iván lo jodía que soy con mis cosas y mis gustos, mejor pensó en regalarme la plata para que yo la comprara a mi gusto. Pero esa no es una prioridad según yo. Y por otro lado prefiero gastarme la plata en otra cosa.
En realidad mi Viejito Pascuero no me falló. Nunca me falló. Hice memoria cuando llegué un día de octubre a casa de mi tía, llevando una idea en mi cabeza. Le dije al Iván que estaba viendo tele – Gordi, este año para la Navidad regálame plata ya? Había sacado cuentas, había tirado línea. Y considerando unos gastos y endeudamientos, llegué a la conclusión que me faltaría plata los primeros meses del año para cubrir mis deudas. Entonces pensé en que mejor me regalaran plata. Así Iván me regaló cincuenta lucas, mi mamá me regaló veinte y le dije a mi tía que ella, me regalara mercadería. Eso lo hace todo el año en realidad. Siempre me echa para mi casa cargada como ekeko llena de mercadería y de verduras.
La Navidad es de los niños, pero los grandes también la disfrutamos. Y es mentira eso que dicen que no importan los regalos. Si importan. Lo que quieren decir es que no importa el precio del regalo, sino el sentimiento y el corazón que ponen al regalarte. Y no lo digo porque sea interesada. Si hubiesen sido cinco lucas las que me regalaran las habría agradecido de igual forma. Entonces viene aquí un dicho que utilizo siempre, “lo que siembras es lo que cosechas” y a pesar de que yo a veces no puedo hacer grandes regalos. Sí hago regalos que hacen falta, regalos que vienen como anillo al dedo. Porque yo veo las necesidades de los demás. Por eso este año, a parte de los otros regalos que le hice a mi tía, le regalé un abanico. Porque la veía en el Metro sacando su cartoncito picante para echarse aire. Y ella dijo “el Viejito ¿me habrá traído un abanico?” y su viejito la escuchó, tal como el mío me escuchó a mi.
Dios me quiere. Siempre lo he dicho. Y me premia al tener una tía-madre y un hermano maravillosos. Tengo una familia maravillosa. Los quiero mucho. Gracias por ser míos. Sólo míos. Ese es mi mejor regalo... aunque el chocoso esté perfecto!
